5/5 ★ – Seraloza7's review of Death Stranding 2: On The Beach.
Volver a "Death Stranding" ha sido, para mí, como regresar a un lugar del que uno nunca salió del todo. Aunque pasaran años, aunque el mundo girara, algo de mí seguía allí, solo, caminando entre ruinas y esperanza. "On The Beach" no es solo una secuela; es un reencuentro con una parte de mí que había quedado suspendida en el tiempo, enredada en cuerdas invisibles de pérdida, memoria y amor.
Lo que Kojima ha hecho aquí no es continuar una historia, sino recordarnos que algunas heridas no cierran, que los caminos que creímos haber dejado atrás nos esperan en silencio. Esta segunda entrega se siente más introspectiva, más triste quizá, pero también más tierna en sus silencios. Hay algo roto en este mundo, sí, pero también hay algo profundamente humano en cómo seguimos intentando unir los trozos, como si bastara con caminar para curar el alma.
Sam ya no es el mismo, y yo tampoco. El peso que carga ahora es distinto, menos físico, más emocional. Su mirada tiene el cansancio de quien ha amado demasiado y ha perdido aún más. Fragile ha crecido, se ha endurecido y ablandado a la vez; duele verla, porque en ella vive todo lo que se perdió y todo lo que aún puede salvarse. Los nuevos rostros no son solo añadidos narrativos, son espejos de un mundo que aún tiembla entre la posibilidad de redención y el deseo de rendirse.
"On The Beach" no me ha roto pero me ha dejado suspendido. Me atrapó en esa calma tensa donde uno no sabe si avanza o se queda mirando el horizonte, dudando de si existe siquiera un destino. Hay momentos que no buscan conmover con fuerza, sino asentarse lentamente, como el eco de un pensamiento que no termina de apagarse. Kojima no nos lanza grandes frases, nos ofrece reflejos. Nos pide escuchar entre las pausas, caminar en el hueco entre las palabras.
Y de él, del propio Kojima también quiero hablar.
Kojima ha sido muchas cosas —visionario, ególatra, narrador obtuso—, pero aquí se le nota el pulso tembloroso de alguien que ha amado y ha perdido. Este juego, en sus mejores momentos, no se juega: se siente. Y si bien hay mecánicas, misiones, cinemáticas interminables… lo que queda al final no son los sistemas, sino la sensación de haber compartido algo profundamente humano con alguien invisible al otro lado de la pantalla.
El final me dejó en silencio. No por espectacular, sino por íntimo. Como si la historia no se cerrara del todo, sino que me susurrara: sigue, aún hay camino.
Y sí. Mientras haya una cuerda que nos ate a alguien más, seguiré andando.
P.D:
Te quiero mucho Kojima